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Cecidit rex, ac immane quod amissum est

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Magnus Pontifex Urbanvs, maxima lux orbis

Una hora oscura se ha cernido sobre tierra santa. Tras las repetidas provocaciones del señor de ultrajordania Reginald de chatillon, incumpliendo la paz del rey sin consecuencias ni castigo por parte del Rey Guy, el ataque de Salah-haddin finalmente llegó con una preparación inesperada.   Salah-haddin armó asedio a mi fortaleza de Tiberias donde se hallaba mi familia y mis sirvientes. La intención de tal provocación era de una intencionalidad estratégica evidente, arrastrar nuestras superiores fuerzas fieles a una lucha en el desierto, donde suprimir nuestra ventaja militar. A pesar de mis advertencias que el rey Guy desoyó finalmente, al oírse voces de herejía por sugerir que nuestro ejército armado con la auténtica cruz de cristo podría ser derrotado.

Marchamos pués en contra de mi consejo y voluntad, hacia el norte, atisbando pronto la avanzada enemiga, y bajo un calor amedentrador. Poco tardó el cambio de brisa en traernos en el humo que nos advirtió que nos hallábamos rodeados por los sarracenos, los cualos prendieron fuegos, o mejor dicho incendios, a nuestro alrededor, con la clara intención de ahogarnos en nuestras propias armaduras, por unos instantes pensé que habíamos muerto todos y nos hallábamos en el mismísmo infierno por nuestros pecados. Sin embargo aún viviríamos un tiempo más, primero cayeron nuestors caballos de guerra, muertos de calor y cansancio incluso antes de entablar batalla. El paso al lago cercano a los cuernos de Hattin era nuestra única opción de avituallamiento antes de llegar a mi fortaleza en Tiberias. La situación mi señor, era en ese momento desesperada, tras el inicio del ataque de las tropas de Salah-haddin, quedó claro muy pronto que la batalla estaba perdida. Reuní tres unidades de caballería y dispuse un avance desesperado en punta de lanza, que consiguió burlar el bloqueo enemigo por el flanco norte. En el campo de batalla el resto de nobles fue apresado o muerto, entre los primeros el rey Guy y el mismo Reginald de Chatillon y Guillerm de Montferrat, entre los segundos el obispo de San Juan de Acre. Perdimos más de quince mil hombre en ese infierno...

Y a pesar de todo lo que yo,incompetente servidor de Dios, menos comprendo y más temo es la perdida de nuestro recuperado tesoro.

Mi señor, la sagrada cruz verdadera de Jesucristo se ha perdido a manos del enemigo.

No alcanzo excelencia a entender cuál es el mensaje que Dios nos ha mandado, algo hicimos mal, o mucho, pero a juzgar por mi propio estado de salud tras la batalla el pago por mis pecados no tardará mucho en llegar.

Magno pontífice, os imploro en vuestra magnanimidad, interceded en lo posible ante Dios para que la maldición que hemos sufrido, se nos permita pagar con nuestras carnes y el perdón llegue al menos a nuestras familias y sirvientes. Caiga la ira de Dios sobre nosotros, los verdaderos y únicos responsables de este inmenso pecado, el mayor desastre desde la caída del templo de Salomón.

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Raymond III de Tripoli

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